A tu música pegado
bailo en el aire
y en la tierra a ti me abrazo.
Sones y miradas, cuerpos
y ritmos,
de sentidos jugando
y deseos naciendo.
Bailo en tus brazos.
Bailamos en el aire.
Y en la tierra nos amamos.
Agua que eres camino de mi mundo a mi otro mundo, salada de sabor y de vida dulzura.
Mar que me cantas, Mar que me cuentas amores de sirenas y de piratas historias.
Mi mar, de mis secretos guardián y de mis soledades, compañías. Mi océano, mi mundo, mi mar.
Hace una noche de pensar en lo que se siente.
También de perros.
El frío de lo desconocido, el del aire, el de la inmensa soledad.
Tantos fríos para componer una sola canción.
Tantos que asustan un poco.
Y a menudo son tan compañeros, que no quiero que me abandonen ahora,
en el instante de las confesiones y las manos tendidas.
Siento:
Una mirada que se perdió.
Una caricia sin piel.
Un beso sin labios.
Un momento cercado.
Confieso:
Perdí la mirada entre sus piernas de suave indiferencia.
Perdí los nervios mientras gritaban agitando puños en aquel bar.
Perdí los besos en algún lugar incierto, quizás junto a las olas que bañaban amores de diez mil.
Perdí el tiempo buscando tiempo.
Hace una noche de perros.
También de pensar en lo que se siente.
El frío de lo que se conoce, el del aire, el de los deseos, el de las impuestas rutinas.
Tantos fríos que asustan un poco.
Y a la vez tan compañeros...
Me pregunto para qué sirve sentir.
Para qué el frío.
Para qué las caricias.
Y los recuerdos.
Y el amor que te tengo.
Hace una extraña noche.
El viento arremolina pedazos de vida mía
en tu jardín,
mientras las flores marchitan olores de porvenir
y el vaivén de las estaciones pone el fin
a los quereres.
La escarcha de ese frío que te conté
atrapa mi alma.
La incertidumbre atrapa mis pasos.
Satoshi Richard.