Stella Calloni
Masiosare
BUENOS AIRES. El tema de la inseguridad en Argentina y otros países de América Latina ha tomado tal auge en los últimos años que ya es considerado un elemento para desestabilizar a los gobiernos de la región.
La inseguridad, el consumo de drogas y los delitos mayores o menores se dispararon a medida que el modelo económico comenzó a dejar ejércitos de excluidos en todos los países del hemisferio.
Aunque el delito siempre existió en el continente y en el mundo, ligado a factores como la iniquidad y la injusticia social, ahora todo se ha disparado y la situación ha llegado a un extremo límite. En coincidencia, en esta región se observa una intensa actividad de entrenamientos y asesorías orientadas a la represión colectiva.
Entre la represión del delito y la represión del conflicto social hay un hilo muy delgado. Este es un tema clave de la guerra de baja intensidad (GBI).
En Argentina, Chile y otros países se llevan a cabo operativos, similares a acciones de guerra, contra barrios pobres, villas-miseria o poblaciones marginales, pero también se ha podido ver a fuerzas de seguridad extranjeras asesorando o entrenando a sus contrapartes locales.
La inseguridad en América Latina aumentó a sus mayores límites hace una década. Su consecuencia inmediata fue una mayor precariedad en las garantías individuales y colectivas en todos los países, mientras se creaban fantasmas y miedos que resultan muy peligrosos para la democracia en transición en naciones afectadas por las dictaduras del pasado.
Pobreza, desculturización, desempleo, marginalidad, analfabetismo y la tarea de desconcientización del periodismo basura, enquistado en las redes televisivas que responden a un solo proyecto y a escasos dueños socios a la vez del poder económico son los elementos esenciales en el análisis de esta situación.