Tenía once años e iba a pescar cada vez que podía, desde el muelle de la cabaña de su familia ubicada en una isla en medio de un lago de Nueva Hampshire.
Un día antes de que se abriera la temporada del róbalo, él y su padre fueron a pescar al caer la noche, atrapando molas y percas con gusanos. Luego puso una pequeña mosca plateada y practicó el lanzamiento. El anzuelo golpeaba el agua y hacía pequeñas olas de colores bajo el sol del crepúsculo, luego olitas plateadas cuando la luna se elevó sobre el lago.
Cuando su caña se dobló, supo que había algo enorme en el otro extremo. El padre observaba con admiración cómo el niño arrastraba con habilidad al pez a lo largo del muelle. Por fin, rápidamente levantó del agua al agotado pez.
Era el más grande que jamás había visto, pero era un róbalo.
El niño y su padre miraron el hermoso pez, con las agallas moviéndose a la luz de la luna. El padre encendió un fósforo y miró su reloj. Eran las diez de la noche, dos horas antes de que se abriera la temporada. Miró el pez y luego al niño.
-Tendrás que devolverlo, hijo- dijo.
-¡Papá!- gritó el chico.
-Habrá otros peces- dijo su padre.
-No tan grandes como éste- gritó el chico.
Miró el lago. No se veía ningún pescador ni botes bajo la luna. Volvió a mirar a su padre. Aunque nadie los había visto, ni nadie podía saber a qué hora había pescado el pez, el chico advirtió por la firmeza de su padre que la decisión no era negociable. Lentamente sacó el anzuelo de la boca del enorme róbalo y lo devolvió a las negras aguas.
El pez movió su poderoso cuerpo y desapareció. El niño sospechaba que nunca volvería a ver un pez tan grande.
Eso ocurrió hace treinta y cuatro años. En la actualidad el niño es un exitoso arquitecto de Nueva York. La cabaña de su padre está siempre en la isla en la mitad del lago. Lleva a su propio hijo y a sus hijas a pescar desde el mismo muelle.
Y tenía razón. Nunca volvió a pescar un pez tan magnífico como el que atrapó esa noche de tantos años atrás. Pero ve ese mismo pez cada vez que se enfrenta con el tema de la ética. Pues, como su padre se lo enseñó, la ética es un simple asunto de bien o mal. Sólo la práctica de la ética es lo difícil.
¿Hacemos el bien cuando nadie nos mira? ¿Nos negamos a hacer las cosas de cualquier manera para entregar el plano a tiempo? ¿O nos negamos a comprar acciones basándonos en información que sabemos que no deberíamos tener?
No lo haríamos si nos hubieran enseñado a devolver el pez al agua cuando éramos chicos. Pues habríamos aprendido la verdad.
La decisión de hacer el bien vive fresca y fragante en nuestra memoria. Es una historia que le contaremos con orgullo a nuestros amigos y nietos. No sobre cómo tuvimos ocasión de burlarnos del sistema y aprovecharnos de él, sino sobre cómo hicimos lo correcto y nos llenamos de fuerza para siempre.
James P. Lenfestey
La enseñanza en sí es buena porque se trata de la naturaleza... En cuanto a las demás normas que establece el sistema, algunas son tan poco éticas que jamás debieran cumplirse.
Saludos.